Me parece oportuno empezar mi primer artículo sobre entrenador con una experiencia propia.
Cuatro décimas separan la gloria del fracaso. Una durísima prórroga y la suerte de los penaltis es la diferencia de ocupar titulares en los periódicos a ser el máximo responsable de no conseguir el objetivo. Esa es la vida de un entrenador.
Desde mi punto de vista cuanto antes acepten los futuros entrenadores que cuando el equipo gana lo hacen los jugadores y cuando pierde la culpa es del entrenador, habrán recorrido una parte fundamental de lo que considero es nuestra tarea más difícil, la gestión de grupos.
Estamos de acuerdo que saber de sistemas de juegos, tener multitud de jugadas ensayadas, rozar la perfección con una defensa son grandes bazas para triunfar como entrenador, pero quizás la gestión de grupos, las relaciones humanas, ese día a día con los jugadores y demás miembros del cuerpo técnico es desde mi punto de vista casi más fundamental que lo anteriormente citado.
Veo la figura del entrenador más como un psicólogo para los jugadores, un padre que soluciona problemas, un hombre que sabe escuchar y que sobre todo tiene poder de decisión, porque muchas veces la honestidad, la verdad ante todo hará que los jugadores siguan confiando en la figura del entrenador.
Es la parte más fea del fabuloso mundo de los entrenadores. Todos los entrenadores con nuestra pizarra somos infalibles. Pero saber transmitir, llegar a los jugadores con la información táctica o en charlas motivacionales, saber escuchar sus problemas y entender la complejidad del grupo harán que aumenten exponencialmente las posibilidades de éxito del entrenador.
Ser autoritario e imponer reglas, sistemas, multas o cualquier otra cosa al grupo será recibido por este con cierta hostilidad.
En conclusión, se el líder de tu grupo, pero que te sigan. No impongas, transmite y soluciona los problemas del día a día. No mires el partido del sábado, tu trabajo es el día a día.