Con tanto ruido que hay en todos los medios de comunicación y redes sociales, quizás haya pasado inadvertido o no tengamos muy claro el debate que existe ahora mismo en el campo de Elche. Ando pensando estos días sobre la intensa controversia que envuelve a la ciudad, sobre todo para esos que se han enterado de lo que ocurre realmente.
Elche se debate entre la urgente necesidad de adoptar energías renovables, como la solar fotovoltaica, y la preservación de su valioso paisaje y legado cultural. Al menos ese es el debate que nos quieren hacer ver algunos… Esta transición hacia fuentes más limpias y sostenibles es sin duda alguna un imperativo de nuestro tiempo, y sin embargo, han despertado muchas preguntas, sobre todo de gente poco informada en cuanto ¿Cómo avanzamos sin sacrificar nuestro entorno natural? ¿Cómo equilibramos este progreso con lo que ya valoramos y nos define? Algunos estoy seguro, estarían encantados de seguir viviendo en cuevas, porque lo de comer lombrices, por desgracia, eso lo haremos pronto todos por culpa de este falso progreso.
Esto amigos no es más que el viejo debate, nunca mejor dicho, entre lo de siempre y lo nuevo, entre la tradición y el progreso, entre evolucionar o dejar pasar la oportunidad… Así, que el despliegue propuesto de plantas fotovoltaicas en Elche ha reavivado esa vieja tensión, que yace entre el avance tecnológico y la salvaguarda de nuestros paisajes y tradiciones. Es innegable que moverse hacia una energía más sostenible es un paso tanto inevitable como crucial. Pero eso para algunos no debe implicar renunciar a la identidad y riqueza natural que da carácter a nuestro territorio. El verdadero dilema de Elche, como lo percibo, reside en encontrar un camino que honre tanto nuestro futuro como nuestro pasado y presente, como siempre ha hecho esta ciudad.
Así que entre tanto revuelo, aparecen los políticos del Ayuntamiento de Elche, y deciden imponer una suspensión temporal a las licencias para nuevas instalaciones fotovoltaicas. Esta acción, aunque aparentemente preventiva, ha encendido un debate vibrante entre partidos políticos y los ciudadanos de Elche, sobre todo en el Camp d’Elx, poniendo en juego no solo opiniones políticas sino también preocupaciones profundamente arraigadas sobre nuestro entorno local. Pero no se ha quedado en las fronteras del límite territorial de Elche, este debate ha trascendido más allá haciéndose eco los medios especializados en energía o las televisiones poniendo otra vez a Elche en el mapa por una situación que podría haberse evitado. Puedo reconocer, aunque no la comparto, la prudencia en tomar un respiro para considerar las posibles repercusiones ecológicas y estéticas que estas instalaciones podrían traer. Sin embargo, los que se han opuesto a esta medida de suspensión no se ha quedado atrás, y no sin razones válidas, argumentando que la decisión carece de una base técnica robusta y planteando inquietudes sobre el impacto potencial en nuestra economía y el sector energético.
Lo que complica aún más este escenario es la urgencia palpable que impulsó la suspensión de licencias. Entiendo, que alguien introdujo el miedo en el cuerpo de los políticos y ha sido una respuesta frenética a la creciente amenaza de una alteración drástica de nuestro preciado equilibrio entre la innovación y la preservación cultural y ecológica. Pero, como muchos otros, no puedo evitar preguntarme ¿Se ha considerado la sustancia detrás de esta medida? Las críticas resuenan en el aire, desestimando la acción como una «medida para la galería», enfocada más en las apariencias públicas que en un cambio significativo o soluciones a largo plazo. Vamos, pecamos de tener políticos poco valientes y hasta ahí escribo sobre ello… de momento.
Así, que resumiendo la situación, por un lado veo la cautela (o cobardía), y por el otro, una posible resistencia al cambio necesario (ya saben, los sospechosos habituales contra el progreso que luego son los mismos que enarbolan la bandera del progreso). Sin embargo, ambos lados llevan implícita la pregunta de si nuestras acciones están guiadas por la urgencia reflexiva o son meras respuestas superficiales a una situación que requiere soluciones profundas y duraderas. Por no decir si joder por joder, si es el no por el no, el sí por el sí, o mi partido político por encima del interés general… ya me entienden.
Escuché al concejal de Estrategia Municipal de Elche, Francisco Soler, defender con vehemencia la postura del Ayuntamiento. La esencia de su argumento se centraba en cómo la moratoria no era más que un esfuerzo para encontrar un terreno común entre fomentar las inversiones en energías renovables, o más específicamente, fotovoltaicas, y proteger nuestro invaluable patrimonio natural. No pude evitar asentir internamente al reconocer que nuestra ciudad no está actuando por impulso, sino que se está alineando con las directrices nacionales y autonómicas. Estas leyes no solo permiten, sino que respaldan suspensiones como estas, dándonos espacio para respirar y adaptar las normativas a las particularidades de nuestra amada Elche.
Esta medida, como subrayó Soler, no es un freno en seco, sino una pausa considerada, diseñada para equilibrar y recalibrar cómo queremos avanzar. Se trata de asegurar que cada paso que demos hacia la adopción de energía limpia beneficie a todos los involucrados y, sobre todo, no desvirtúe la esencia de nuestro entorno. Sonaba a lo típico de dar largas para ganar tiempo…
Pero… es igualmente preocupante que la información utilizada para tomar decisiones críticas sobre el uso del suelo esté desactualizada. Esto no solo deslegitima el proceso sino que también plantea serias preguntas sobre qué otros detalles podrían haberse pasado por alto en la evaluación de los proyectos solares. Ha sido la plataforma «Salvem el Camp d’Elx» la que ha planteado argumentos en este sentido, su postura debe ser escuchada evidentemente, pero no puede ser la única con la razón de vivir en el territorio. Deben tenerse en cuenta múltiples perspectivas, incluyendo la económica y la científica, para formar un plan bien redondeado que beneficie a la mayoría, sin descuidar a la minoría ni al medio ambiente.
Es fundamental que Elche no se rinda a los extremos. No debe, por un lado, caer en un progreso desenfrenado impulsado por la adopción de tecnologías verdes sin considerar las repercusiones locales. Por otro lado, tampoco debe ceder al estancamiento por el miedo al cambio, rechazando los avances que podrían significar un futuro más sostenible. Pero sí es cierto, que el mundo avanza, y Elche tiene que avanzar con él. Y con ello hay que tomar decisiones, es el momento de los valientes al mando, en la gestión.
No podemos ignorar que la suspensión de licencias ha causado en nuestro entorno una fuerte preocupación, especialmente en la comunidad empresarial energética y entre los ciudadanos preocupados por el futuro económico de Elche. Es un hecho que esta pausa, innecesaria por el freno de mano político, viene con un precio alto. Estamos hablando de la posibilidad de perder inversiones que ascienden a unos 100 millones de euros, y esto sin mencionar los cientos de oportunidades laborales que podrían desvanecerse con ellas, empleos que habrían sido una realidad durante la construcción y el funcionamiento posterior de estas plantas. Y sinceramente, no creo que Elche esté en disposición de perder estas oportunidades por el miedo de los políticos a salir mal en los periódicos.
Y aquí no acaban mis inquietudes. Esta decisión ha sembrado una semilla de duda y temor legal que germina rápidamente. Los empresarios y propietarios de los terrenos, aquellos que habían puesto sus esperanzas y recursos en el desarrollo fotovoltaico, ahora se encuentran en un limbo jurídico. No sería sorprendente si deciden tomar un camino de confrontación legal contra el Ayuntamiento, intentando recuperar lo que creían seguro. Para complicar aún más las cosas, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) nos ha dado una advertencia que no podemos tomarnos a la ligera: nuestras acciones podrían estar chocando frontalmente con la Ley de Garantía de Unidad de Mercado.
Y por desgracia no es la primera vez que la toma de decisiones de los políticos en el Ayuntamiento de Elche perjudica el bolsillo de los contribuyentes, sin que después ellos sufran las consecuencias, los políticos me refiero… o quizás si puedan tener responsabilidad en el futuro. Ya se verá… Pero es cierto, ya sabemos, son políticos, si trabajaran en la empresa privada, seguramente otro gallo cantaría, aquí, y en otras decisiones que han tomado.
Por lo tanto, todo me lleva a pensar, no puedo evitar sentir que el Ayuntamiento ha sido arrinconado por la intensa presión de ciertos grupos y ciudadanos locales. Se siente como si, bajo esta influencia, nuestras autoridades, incluido el alcalde y los concejales, han actuado más por miedo a las reacciones locales que por convicción, optando por frenar proyectos que podrían tener más beneficios de los que imaginamos. El miedo y la cobardía en la gestión son malos compañeros. Es evidente que a todo el mundo no le vas a caer bien, ni siempre vas a acertar, pero estás ahí para tomar decisiones, no para que no te critiquen en la prensa.
Pero aquí es donde mi razonamiento choca con el miedo predominante: muchos de los argumentos que escucho contra la energía fotovoltaica parecen estar construidos más sobre preocupaciones infundadas que sobre hechos. La ciencia y las investigaciones en el campo han mostrado que la energía fotovoltaica, lejos de ser la némesis de nuestro suelo, no compromete su valor agronómico. Esto significa que la riqueza de nuestra tierra, ese oro que se cultiva y nutre, permanecería inalterada, incluso si adoptamos más energía solar fotovoltaica. Quizás habría que preguntar a los que saben de estas cosas, y no a los voceros de los partidos políticos que quieren imponer su ideología por encima del interés general, digo yo…
Me pregunto, entonces, ¿Estamos dejando que el miedo y la política dicten un futuro que debería estar basado en la ciencia y el progreso equilibrado? Es esencial que miremos más allá del pánico y la presión social, y que nos enfoquemos en lo que realmente importa: el bienestar a largo plazo de Elche y sus ciudadanos. Amigos del progreso, queridos sospechosos habituales, eso sí es progreso, esto es construir un legado para nuestros hijos y nietos para dejarles un mundo mejor. A veces, no os entiendo, bueno, casi nunca os entiendo la verdad. Avancen por favor. Estamos en una nueva revolución industrial, y citando a un amigo que todos tengamos claro que la Edad de Piedra no se acabó porque faltaran piedras.