Como muchos estoy preocupado y soy testigo de los continuos fracasos en nuestro sistema educativo. En un momento en el que deberíamos centrarnos en elevar el nivel educativo y preparar a nuestros jóvenes para un mercado laboral cada vez más competitivo, nos encontramos, una vez más, atrapados en políticas lingüísticas que hacen poco más que sembrar la división y socavar el futuro de nuestros hijos.
No es un secreto que España enfrenta una de las tasas de desempleo juvenil más altas de Europa, un sombrío testimonio del estado de nuestro sistema educativo. Y aún así, en lugar de abordar los problemas de raíz que llevan a nuestros jóvenes a esta desalentadora realidad, los políticos, influenciados desproporcionadamente por agendas nacionalistas, se empeñan en fomentar divisiones lingüísticas bajo el pretexto de proteger la cultura regional.
El reciente anuncio de la reforma de la Ley de Plurilingüismo es un paso atrás en lugar de un paso adelante. Habría que derogarla sin más. Aunque se promociona como una medida para terminar con la discriminación por idioma, es en su núcleo una herramienta para los políticos que buscan capitalizar los sentimientos nacionalistas. Los niños en 143 municipios castellanohablantes están ahora sujetos a una política que prioriza el valenciano en la educación, una barrera innecesaria en su aprendizaje y una fuente de estrés indebido.
Lo que es más inquietante es el efecto perjudicial que estas políticas tienen en los estudiantes que ya enfrentan dificultades. Aquellos que no han tenido la oportunidad o el entorno para aprender valenciano han sufrido estar marginados en su educación. En lugar de fomentar un bilingüismo natural y beneficioso, esta ley imponía una barrera que muchos estudiantes no pueden superar, afectando sus calificaciones, su autoestima y sus futuras oportunidades.
Necesitamos un pacto nacional por la educación, uno que se centre en mejorar la calidad, la accesibilidad y la equidad del aprendizaje. Nuestros políticos deben sacar sus manos de áreas tan críticas como la educación y la sanidad y comenzar a escuchar las necesidades reales de los ciudadanos. Es hora de eliminar las barreras lingüísticas en la educación y permitir que nuestros jóvenes prosperen en un ambiente de aprendizaje inclusivo y estimulante.
Solo entonces podremos comenzar a reparar nuestro sistema educativo fracturado y ofrecer a nuestros jóvenes las herramientas que necesitan para tener éxito en el mundo real, más allá de las fronteras lingüísticas y las luchas ideológicas. Por el bien de la próxima generación, insto a un replanteamiento de estas políticas divisivas y un enfoque en lo que realmente importa: una educación de calidad para todos, independientemente del idioma que hablen en casa.